Obsolescencia Programada

HACIA UN CAMBIO DE MENTALIDAD

Desde hace décadas nuestro modelo de consumo es insostenible a todos los niveles: económico, social, y lo más preocupante: ambiental.

Un proceso sostenible es aquel que busca y se mantiene en equilibrio con los recursos que necesita, es, por lo tanto, no invasivo: respetuoso.

A lo largo de la historia el concepto de sostenibilidad, muy en boga en la actualidad, no ha sido tenido en cuenta, pues desde la perspectiva de la abundancia en la que hemos estado inmersos hasta casi finales del siglo XX, era muy difícil considerar los recursos del planeta como bienes finitos.

En 1881  se aplicó por primera vez el precepto de obsolescencia programada en la venta de bombillas. El invento de Edisson tenía una vida útil muy larga, por lo que una vez comprabas una bombilla ya no tenías que preocuparte durante años de renovarla. Cuarenta años más tarde se creó el “Comité de 1.500 horas”, en el que se aprueba que ninguna bombilla superaría las mil horas de consumo. Comienza aquí una obsesión vertiginosa de los fabricantes para acortar vida útil de los productos y aumentar así sus ventas. Se acababa de plantar la semilla del “consumismo descontrolado”, en el que los productos de calidad óptima, que duraban casi para siempre, eran desechados del mercado para estimular así las ventas.

En los años 50 el estilo de vida americano cambia hacia un paradigma más perverso de llevar a cabo la obsolescencia programada sustituyendo consumir por necesidad por consumir por deseo. Nace la industria publicitaria con el “juego de la seducción” como principal insignia.  En palabras del diseñador industrial Bruce Stevens, el apóstol de la obsolescencia programada en la América de la postguerra, “la cuestión es satisfacer el deseo del consumidor de poseer algo, un poco más nuevo, un poco mejor, un poco antes de lo necesario”. El objetivo de esta industria: crear consumidores insatisfechos estimulados por la novedad.

La obsolescencia programada e inducida se convierte así en la clave de las sociedades de consumo, en su eje central para desarrollar una economía de superproducción que se traduzca en riqueza, en poder, en crecimiento descontrolado y en derroche de recursos indiscriminado.

Se le confieren a los productos cualidades inmateriales que referencian a la libertad, la felicidad, el estatus económico, el estilo de vida, la rebeldía…, todo vale para crear un consumo ilimitado. Según Serge Latouche, economista francés, profesor emérito de Economía de la Universidad de Paris-Sud XI y autor del Pequeño tratado del decrecimiento sereno, Petit Traité de la Décroissance Sereine: El crecimiento es un concepto propio de Occidente que nos resulta familiar porque vivimos en una sociedad de crecimiento dentro de una ideología de crecimiento, pero que si lo contrastamos con otras culturas humanas resulta que es una excepción. […] un concepto muy extraño y además imposible de traducir a la mayoría de lenguas no europeas porque la mayoría de sociedades humanas no imaginaban que tuvieran que meterse en una trayectoria en que mañana siempre será más que hoy y en que más siempre será mejor. (Citado en Dannoritzer, 2011)

Esto nos lleva a hablar de un crecimiento perverso,  ya que unos recursos finitos no pueden generar un crecimiento infinito, y la sostenibilidad de este modelo se cae por sí sola.

Y es que en nuestro modelo actual de consumo el término “reparar” se cambia por “sustituir”, ya que es más costoso reparar un producto que hacerlo de nuevo. Además, a esto se une la concepción de prestigio y solvencia económica que confiere adquirir todas las novedades que brinda el mercado. Esto nos lleva a definir dos tipos de Obsolescencia:

  1. Obsolescencia programada objetiva o funcional. Se basa en la vida útil o duración real del producto o mercancía, que ha sido previamente estimada. El usuario se ve obligado a comprar un nuevo producto, ya que el que posee no le sirve.
  1. Obsolescencia programada subjetiva o no funcional. Nace del marketing, el producto sigue siendo útil pero el propietario quiere renovarlo por uno más reciente o atractivo, para manifestar su estatus social. Aunque el producto sea perfectamente válido, poco a poco empiezan sacar al mercado publicidad sobre sus sustitutos. Al final el consumidor adquiere nuevas versiones del producto que incorporan muy pocas mejoras funcionales y que siempre serán sustituidas, en muy poco margen del tiempo, por otras.

Hoy, seguir atendiendo a este modelo de economía mundial, marcada por una profunda crisis financiera internacional que se caracteriza por los crecientes índices desempleo, la disminución del poder adquisitivo y el alza de los precios, es insostenible, es urgente cambiar de paradigma.

Controlar la producción, en todas sus fases, es imprescindible para cambiar el rumbo de la humanidad. La escasez de materias primas, la contaminación, el cambio climático, y otras muchas atrocidades, son el resultado de este sistema que no tiene en cuenta la dimensión humana de las personas ni el cuidado del planeta que habitamos.

Para ello, es necesario retomar el término “reparación” en el sistema de producción industrial y en la mente de los consumidores a partir de la producción de bienes más duraderos.

Debemos cambiar nuestra mentalidad de consumo pasando de comprar lo que deseamos a lo que realmente necesitamos, además de  adquirir productos que hayan sido fabricados de manera responsable, no solo a la hora de gestionar los recursos y residuos en su elaboración formal, sino también teniendo en cuenta y preocupándonos por las condiciones laborales de los empleados que llevan a cabo esa labor.

Las empresas deben gestionarse a través de un modelo de Responsabilidad Social Corporativa, de valor compartido. Esto es imprescindible en la empresa actual para lograr un desarrollo sostenible a nivel tanto local como global, ya que son los activos sociales más poderosos, con más recursos, más influyentes en el tejido económico, social, medio ambiental y político; por lo tanto deben ser estas las que busquen soluciones, tomen medidas y sean responsables en todas las áreas en las que se implican para el bienestar común.

Deben plantearse políticas encaminadas a reparar o amortiguar las consecuencias de la obsolescencia programada y a modificar su proceso de producción hacia artículos más duraderos. Invertir en innovación y desarrollo es básico en este sentido.

El entorno económico mundial vive un proceso de transformación continua, estamos experimentando un cambio de era en todas las dimensiones estructurales de nuestro sistema que implica que todos los procesos que tienen lugar en la sociedad fluyan hacia la comunidad y el bien común. Los consumidores, los inversores y la sociedad en general, debemos pedir y exigir a las empresas compromiso social que derive en una serie de resultados. Las empresas ya no pueden buscar únicamente beneficios económicos. Puesto que son los activos sociales más poderosos, con más recursos, más influyentes en el tejido económico, social, medio ambiental y político; deben ser estas las que busquen soluciones, tomen medidas y sean responsables en todas las áreas en las que se implican para el bienestar común.

Para que el cambio sea posible se requiere de la colaboración de todos, y aunque es un proceso muy complejo, no es imposible, pues hoy más que nunca, tenemos las herramientas para conseguirlo.

 

REFERENCIAS

-García Morales Lino,  Gutiérrez Colino, Victoria (2014) Resiliencia tecnológica. Arte y políticas de identidad, Nº. 10-11, págs. 135-154. ISSN 1889-979X. Recuperado de: https://digitum.um.es/xmlui/bitstream/10201/43117/1/219241-775131-2-PB.pdf

-Ruiz Malbarez, Mayra C. , Romero González, Zilath (2011) La responsabilidad social empresarial y la obsolescencia programada. Saber, ciencia y libertad, Vol. 6, Nº. 1,, págs. 127-138. ISSN 1794-7154. Recuperado de: https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=3997367

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