¿ES POSIBLE REALMENTE UN CONSUMO RESPONSABLE, CONSCIENTE?
Alguna vez te has preguntado… ¿cómo pueden fabricar muchos de los artículos que compramos tan baratos? ¿Qué atajos habrán tomado las empresas en la fabricación de los metales, plásticos y distintos componentes que intervienen en la creación de un producto dado? ¿Qué líquidos habrán vertido al río o al mar, qué gases habrán liberado al aire y qué materiales habrán arrojado al vertedero? ¿Cuál habrá sido el impacto de su producción en los trabajadores o en las personas que viven en las proximidades de las fábricas?
Hoy en día, inmersos en una era en la que la información es sobreabundante y accesible, nos encontramos con la siguiente contrariedad: quien quiere comprar un producto más respetuoso con el medio ambiente, para su salud, o para el bienestar de los trabajadores encargados de fabricarlo, no tiene la información que precisa para llevar a cabo esta comparación, no tenemos acceso a los datos.
Aunque se ha demostrado en los últimos años que los consumidores son mucho más responsables y conscientes en los sentidos explicados, a través, por ejemplo, de los productos “eco”, cuya demanda crece de manera paulatina, los intereses de las empresas por un lado y los precios bajos por otro, son mucho más poderosos que cualquier iniciativa que ayude a cambiar los procesos de fabricación para mejorar las condiciones del entorno y de la sociedad en general.
El precio es el reclamo por antonomasia del consumidor, algo que entendemos fácilmente y la razón principal de todo lo que se fabrica y comercializa. El principal factor de la cadena de suministros en la actualidad es “el precio en China” que significa coste de producción más bajo. Si un proveedor que dirige una fábrica en Bangladés o Thailandia, por ejemplo, debe competir con otros proveedores por los pedidos de los fabricantes, se verá obligado a abaratar costes, ¿y cómo hace esto? Empleando niños (mano de obra más barata), rebajando medidas de seguridad (que incrementan el precio), utilizando materiales de fabricación e ingredientes más baratos, en el caso de la comida, sin pensar en los peligros que esto pueda conllevar, arrojando sus residuos al río más cercano (sin preocuparse de procesarlos antes de forma adecuada), alargando la jornada laboral de los trabajadores, privarlos de descansos, de contratos legales, de sueldos dignos,…
Comprar a fabricantes que nos sirven más rápido, en mayor cantidad y a un precio más barato solo recompensa situaciones como las anteriores. Todas estas medidas de abaratamiento de costes se ven más tarde reforzadas en un mercado en el que lo único que cuenta para el consumidor final es el precio, ignorando el impacto oculto de los pasos del largo proceso de fabricación.
Una máxima de la economía afirma que los mercados sanos son aquellos que no ocultan la información. Pero cuando el secretismo aumenta los beneficios, hay pocas razones para divulgarla.